«NETWORK» – Sidney Lumet

“Network”, dirigida por Sidney Lumet en 1976, nos sorprende por su actualidad a pesar de haber cumplido ya los cuarenta años y nos engancha a través de un magnífico guion (Paddy Chayefsky) y unos excepcionales actores (Peter Finch, Willian Holden y una bellísima, seductora e inquietante Faye Dunaway).

Una obra coral centrada en el poderío de la televisión, que plasma un mundo corrosivo, esclavo de las audiencias y de los petrodólares. Los medios tratan de modelar a la audiencia, pero a su vez son modelados por ella. Lumet en su libro “Así se hacen las películas” afirma que el tema principal de “Network” es “las máquinas nos están ganando” o bien que “la televisión no corrompe a la gente, sino que la gente corrompe a la televisión”. De eso trata la película.

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«HAPPINESS» – Todd Solondz

«Ser feliz es no preocuparse por serlo»

Al finalizar Happiness se encuentran dos tipos de personas: quienes les parece una «genialidad», y quienes les parece una «desproporción». No saber si reir con ganas, sonreir a duras penas, poner mueca pudorosa, sonrojarse y no manifestarse por lo que piensen los demás, o avergonzarse ante lo que aparece en pantalla. Éste es el reto que propone Todd Solondz en ‘Happiness’: desprendernos de nuestro concepto de dignidad durante 134 minutos. Reto que en el año 1998 se ganó [con todo merecimiento] los calificativos de “provocativa”, “incómoda”, “controvertida”, y otros bastante menos amables. El modo en que Solondz trata temas tan peliagudos como la pederastia, la masturbación adolescente, las llamadas telefónicas sexuales, el acoso, la violación, el asesinato o el desamor, envuelto todo ello en una aparente felicidad, es demoledor, inquietante y transgresor.

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«SIN NOMBRE» – C. J. Fukunaga

¿Para qué sirve una película como “Sin Nombre”?

Quizá para recordarnos esa realidad latente que pasa inadvertida en la rutina diaria. Quizá sirva para mostrar lo que la gente y las instituciones desean ocultar. Quizá sirva para ofrecer unos sentimientos que de otra manera no llegarían a superar un puñado de líneas de tinta en los rincones de las ediciones internacionales de los periódicos. Quizá sirva para enseñar cómo se mezclan los problemas sociales, y cómo el eslabón débil de la cadena busca hacerse fuerte ensañándose con el siguiente eslabón débil de la cadena. Quizá sirva para, una vez más, enseñarnos las dos caras la misma historia y decirnos que una no se puede explicar sin la otra. Quizá sirva para empatizar.

Quizá para que el director, los productores y los propios actores, “emigrados de primera” y sumergidos en la burbuja del entorno Hollywood, dejen constancia de la otra realidad que se vive en el territorio donde nacieron, la de los emigrados de segunda y tercera, la de los Sin Nombre. Quizá hayan usado la industria cinematográfica para hacer llegar esa realidad al gran público.

O quizá simplemente refleje la contradicción de gastarse cientos de miles de dólares en realizar una producción para contar un drama social. Quizá sea una contradicción el simplemente «narrar», sin «opinar». O quizá sirva para mostrar la contradicción de quienes miramos la película. La contradicción de una realidad que desprecia la cara sur frente a la cara norte. La contradicción de una falsa competencia global. La contradicción de vivir en un contexto supuestamente preocupado por las consecuencias de la inmigración, pero empeñado en no atender a las causas. La contradicción de, por un lado, quienes pretenden ser “cara amable” por ofrecer «soluciones» para paliar los efectos de la inmigración; y por otro, la contradicción en el auge del “rechazo”, la de la cara del desprecio, la de la xenofobia, la de la mediocridad emocional y el miedo patológico, la del fracaso racional, cuyo germen indispensable para su cultivo son el individualismo y la aporofobia.

Quizá la contradicción de una responsabilidad diluida, no por asumida, sino por compartida. Incoherente y contradictorio.

Sea lo que sea que ofreció “Sin Nombre”, no dejó indiferente a nadie, simplemente por estar tan de actualidad como la realidad misma.

Sergio M.

Fundación Cultural de Cercedilla

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